A tres décadas del controvertido hundimiento del Belgrano, un oficial inglés y un argentino recuerdan cómo se vivió el hecho de ambos lados.
Casi treinta años después, este evento - un hecho decisivo en la guerra de Malvinas - persigue como un fantasma a los veteranos de ambos lados. Unos se atormentan por haber tenido que cumplir con la orden de disparar, otros por no haber podido salvara más de sus camaradas. Y, a pesar de haber estado en veredas mortalmente opuestas, los participantes de esta tragedia militar hablan con gran respeto profesional del otro, algo pocas veces visto después de un enfrentamiento tan sangriento.
Cada aniversario del hundimiento, Narendra Sethia (que hoy vive en el Caribe) le escribe religiosamente al capitán Néstor Cenci, que era el tercero en el comando del barco, para manifestarle su pesar por lo ocurrido ese día. Y eso que este oficial escocés, hijo de una familia de la India, fue el primero en avistar desde el periscopio al buque artillero argentino. Lo habían escuchado dos días antes por el sonar pero no lo habían podido observar. Parecía el objetivo perfecto, navegando junto con sus dos escoltas, los destructores Bouchard y Piedrabuena. Sin embargo, hasta que no llegó la orden de Londres, los tripulantes del Conqueror estaban convencidos de que habían ido en vano al Atlántico Sur y que jamás iban a entrar en combate.
El almirante retirado Carlos Castro Madero era teniente de navío y tenía 24 años. El plan de la Marina argentina era hacer una operación de pinzas: atacar a la flota inglesa desde el portaaviones 25 de Mayo por el Norte, y arrinconarla desde el Sur con el Belgrano y las lanchas patrulleras, portadoras de los famosos misiles franceses Exocet. Pero algo inesperado, increíble, desbarató todo lo que se había previsto: para poder despegar, los aviones necesitaban de la propulsión del viento. Sólo que ese día no sopló ni una gota, algo inaudito en el mar austral. "Ahí nos dicen que hay que pegar la vuelta y entrar en una zona de espera hasta que volvieran las condiciones favorables".
"Hasta una hora antes del ataque, pensábamos que iban a abortar la orden. Hasta que no sentimos las explosiones, no lo creíamos", cuenta Sethia. Habían oído explotar las calderas y los tanques de combustible del Belgrano, mientras se lo tragaban las olas. Sabían que seguramente, había habido una seria pérdida de vidas. Y en la mente de muchos tripulantes del Conqueror había germinado la semilla de la culpa.
El torpedo que pegó en la proa, calcula Castro Madero, no debe haber causado víctimas, porque era la zona del ancla y los depósitos. El de la proa es otra historia, porque en esa zona estaban los comedores. Los que allí se encontraban tienen que haber sufrido una muerte horrible. El buque quedó escorado 60 grados. Y si bien el comandante Héctor Bonzo intentó hacer todo lo posible para salvarlo, tuvo que dar rápidamente la orden de abandono.
"El abandono es una tarea que hay que hacer en forma calma y tranquila. No hubo una bajeza, ni un llanto, ni gente que se subleve. Todo fue ordenado. Mi balsa estaba en la banda de babor. Sólo tuve que dar un pasito y ya estaba adentro. Estaba impecable, todavía en uniforme. Dejé entrar a toda mi gente y nos desprendimos del Belgrano. Pero el viento nos tiraba contra el buque, no podíamos separarnos. Nuestra balsa fue derivando hacia proa, donde estaban todos los hierros retorcidos, hasta que se enganchó y se rompió. El agua estaba helada y había principio de tormenta. Yo era joven, estaba muy bien físicamente, así que pude nadar hasta otra balsa que estaba a unos 30 a 50 metros. A bordo había sólo dos personas, nadie más. Fui a subir y, claro, atrás mío venían los 20 de mi balsa, que me tomaron como escalera para treparse. Por suerte terminaron de subir y me agarraron. La balsa estaba toda mojada, y yo, obviamente, empapado. Mientras tanto el crucero se seguía escorando. Vimos cómo su silueta se levantaba y se hundía. Fue un momento de muchas sensaciones, pero sobre todo de un profundo dramatismo, porque sabíamos que a bordo había un montón de camaradas que no habían podido salir. Empezamos a gritar: ¡Viva la Patria!, ¡Viva el Belgrano!. Pero pese al momento tan emotivo, no podíamos perder tiempo: había empezado una tormenta terrible."
Tras una interminable espera, llegó el primer buque de rescate.Castro Madero fue el último en salir de su bote.
¿Qué son las Malvinas para Ud.?, le pregunto ahora al capitán Sethia. "Son un montón de islas cubiertas de ovejas, de rocas y con poca gente", dice. Pero ese sentimiento de olímpica indiferencia hacia el territorio por el que fue a la guerra, de pronto se torna en dolor, culpa y respeto cuando habla de quienes estaban del otro lado del frente marítimo. En el año 2000, vino a la Argentina para encontrarse con la tripulación del Belgrano, de la mano del capitán Cenci, y llegó a reunirse con el comandante Bonzo.
El hecho de que el hundimiento del Belgrano hubiera ocurrido fuera de la zona de exclusión establecida por la propia Thatcher, dejó rondando una pregunta en la cabeza de muchos, entre ellos los ingleses: si el ataque fue un crimen de guerra, un tiro por la espalda. Sethia opina: "Si tenés una zona de exclusión pensás que estás a salvo. Pero la Marina Británica hace las reglas y las cambia. Las ha estado cambiando en los últimos 300 años para acomodarlas a su juego."
Ante la misma pregunta, Castro Madero no teme decir algo que suena tan políticamente incorrecto: que el ataque fue legítimo, aunque él y sus compañeros fueran las víctimas. El propio Bonzo tenía esa opinión. "Fue un acto de guerra como cualquier otro. El tema de la zona de exclusión yo nunca lo creí. Nosotros estábamos listos para ejercer todo el armamento que tenía el crucero si tenía un buque a distancia. Y no íbamos a preguntar si estábamos dentro o fuera de la zona de exclusión. Esta es mi opinión personal y respeto al que no está de acuerdo.", dice Castro Madero, aunque aún le duela en el alma.
¡Viva la Patria! ¡Viva el Belgrano! ¡Vivan los 323 centinelas del mar austral! ¡Vivan los que volvieron en nuestro reconocimiento permanente!