El diario La Tercera, de Santiago de Chile, publica una investigación en serio, una entrevista que intenta echar luz sobre uno de los capítulos más delicados de la Guerra de Malvinas: la alianza entre el gobierno de Margaret Thatcher y el de Augusto Pinochet, que años más tarde terminó en la prisión de Pinochet en Londres, iniciando su descenso irremediable en el poder real chileno. Bien La Tercera (excepto que llama Falklands a lo que es Malvinas) y ahí vamos:
El próximo domingo 2 de abril se cumplirán 20 años del comienzo de la guerra de las Malvinas. En el conflicto, desencadenado tras la invasión de soldados argentinos a las islas Falklands ordenada por el general Leopoldo Galtieri, murieron 700 soldados transandinos y 255 británicos. El episodio, que por lo absurdo sigue siendo un pasaje traumático de la historia reciente argentina, forzó a la Junta Militar que gobernó ese país entre 1976 y 1983 a renunciar y convocar, elecciones.
Dos décadas después quedan muy pocos secretos por develar sobre la guerra. Uno de los principales tiene que ver con la amplia colaboración que las Fuerzas Armadas chilenas encabezadas por el general Augusto Pinochet brindaron a los militares ingleses a lo largo de los dos meses y medio que duró el conflicto. El general Fernando Matthei, ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile y miembro de la Junta Militar entre 1977 y 1989, revela en esta extensa entrevista -realizada en julio del '99 en el Centro de Investigación y documentación de la Universidad Finis Terrae- gran cantidad de detalles inéditos de esa ayuda, la forma en que se gestó y la gran cantidad de equipamiento y armas que el régimen militar chileno recibió a cambio.
Margaret Thatcher, la ex Primer Ministro británica, ya había agradecido públicamente la colaboración chilena en 1999, en un intento por influir sobre la opinión pública de su país y demostrar que el general Pinochet, por esos días detenido en Londres, había sido un aliado clave de Inglaterra durante la guerra. Sin embargo, no entregó ninguno de los datos explícitos que esta vez proporciona Matthei (ver recuadro).
Durante la detención de Pinochet en Londres, Margaret Thatcher dejó en claro que en 1982 el gobierno chileno ayudó a los ingleses en el conflicto con Argentina.
-¿Cómo se gestó esa ayuda y qué papel le correspondió jugar a usted?
-En primer lugar, debo decir que la guerra de Las Malvinas -y eso es grave- nos tomó a todos por sorpresa. Me enteré de ello leyendo El Mercurio por la mañana. Sabíamos que estaba la posibilidad y cómo se fue desarrollando, pero jamás pensé que los argentinos serían tan locos. Años después conversamos con un amigo que fue comandante en jefe de la Fuerza Aérea Argentina -Omar Grafiña Rubens- y él tampoco lo supo allá. Recién se había retirado y estaba como sucesor el brigadier mayor Arturo Basilio Lami Dozo. Incluso durante una reunión en la que había participado, lo dejaron fuera y trataron las cosas por su cuenta. Debo reconocer que fue un secreto muy bien guardado por parte de los argentinos. Nadie lo supo. Tomaron a los ingleses completamente por sorpresa, y a nosotros también...
-¿Cuál fue su reacción y la del gobierno?
-Tomar nota y estar alerta. Dos días más tarde se presentó mi oficial de inteligencia, el general (Vicente) Rodríguez (ex jefe del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea) informándome que había llegado un oficial inglés enviado por el jefe del Estado Mayor de la Real Fuerza Aérea británica. Le dije que lo recibiría. Se trataba del Wing Commander (comandante de escuadrilla) Sidney Edwards, un personaje que no parecía inglés para nada y que hablaba español perfectamente (ver nota).
-¿Cómo lo describiría?
-Era un hombre joven, de unos 35 a 40 años. Sumamente activo y nervioso, desplegaba un montón de adrenalina. Venía con una carta de Sir David Great, el comandante en jefe de la Fuerza Aérea inglesa, para ver en qué podíamos ayudarlo. Tenía plenos poderes para coordinar conmigo cualquier cosa que pudiéramos hacer juntos, lo que a mí me pareció muy interesante. Me dijo que tenía plenos poderes para negociar, y que lo que a ellos más les apremiaba era información de inteligencia. Los ingleses no se habían preocupado para nada de Argentina. Sabían todo lo inimaginable sobre Unión Soviética, pero de Argentina no sabían nada. Edwards me preguntó en qué podíamos ayudarlos. Le contesté que no me mandaba solo y que hablaría con el general Pinochet.
-¿Habló con Pinochet sobre este "ofrecimiento"?
-Conversé con él en términos muy generales, informándole que teníamos una gran oportunidad. A nosotros no nos interesaba que los argentinos les pegaran a los ingleses, porque entonces -ya lo había dicho Galtieri- seríamos los siguientes. Recién estábamos digiriendo el discurso de la Plaza de Mayo, en el cual -rugiendo ante las multitudes- había manifestado que Malvinas sería sólo el comienzo. Parecía Mussolini.
-¿Ese discurso los había dejado preocupados?
-Nos preocupó que después de las islas apuntaran hacia acá. Después de todo, ellos calificaban que territorios nuestros también les pertenecían. En general, Pinochet estuvo de acuerdo en que yo trabajara con los ingleses, siempre que no se supiera, y ambos estuvimos de acuerdo en que por ningún motivo debía enterarse de ello ni siquiera el Ministerio de Relaciones Exteriores.
-¿Al Ejército y a la Marina no le había llegado de la parte inglesa una solicitud similar?
-Nada.
-¿Por qué cree que los británicos optaron por la Fuerza Aérea?
-Buena pregunta. A mí me conocían, porque había sido agregado aéreo en Inglaterra entre diciembre de 1971 y enero de 1974.
Aprovecharon los vínculos personales con usted...
-Yo había estado visitando sus industrias de material de guerra y tenía contactos con los altos mandos británicos. Mientras estaba allá, firmé contratos por seis aviones Hawker Hunter, y compramos también seis aviones de caza Vampire. Me conocían, teníamos una relación fluida. Estando en Londres, cuando me tocó ir a la Unión Soviética, les pasé a los ingleses una copia del informe que redacté para la Fach sobre lo que había observado en materia de armamentos. Ellos sabían que era su amigo, pese a que Chile -recuerde que estábamos en la Unidad Popular- lo consideraban parte del bloque del Este. También influyó el hecho de que yo hablara inglés, que hubiese volado en alguna oportunidad en una unidad de ellos y que conociera de la Real Fuerza Aérea hasta lo que ellos mismos no conocían. En resumen, tenían bastantes referencias mías y por eso me llego a mí la petición.
-¿Qué hizo después de reunirse con Pinochet?
-Con el general Pinochet quedamos en mantener esto en absoluto secreto, y luego volví a reunirme con Sidney Edwards, informándole que tenía carta blanca en el asunto y que operaríamos de acuerdo con mis criterios. Edwards me dijo que tanto el agregado de Defensa inglés -un marino- como la Embajada Británica no sabían de su existencia y que no debían enterarse. Edwards viajó entonces a Inglaterra para analizar qué podíamos hacer nosotros y a su regreso trajo autorización para que les diéramos información de inteligencia.
¿Qué recibiría Chile a cambio?
-Ellos nos venderían en una "libra" -entre comillas- aviones Hawker Hunters, los cuales se traerían de inmediato a Chile por avión. Y también un radar de larga distancia, misiles antiaéreos, aviones Camberra de reconocimiento fotogramétrico a gran altura y también bombarderos. El material era muy importante, sobre todo los aviones de reconocimiento, porque en la Fuerza Aérea chilena no teníamos ninguno. Vuelan muy alto, como los U-2 norteamericanos y tienen unas inmensas cámaras fotográficas. Además, mandarían un avión de inteligencia, comunicaciones y espionaje electrónico. Se trataba de un avión Moondrop a chorro, parecido al 707 de pasajeros, pero transformado.
¿Cómo reunía información de inteligencia sin contar con equipos sofisticados?
-Nosotros habíamos transformado aviones más livianos en nuestra propia industria y con equipos propios, pero no volaban con la altitud necesaria, porque eran aviones turbo hélices chicos, del tipo 99 Alfa. Habíamos transformado dos, con unos equipos llamados Itata, desarrollados en conjunto por la Marina y la Fuerza Aérea. Dichos equipos, montados a bordo de estos aviones bimotores livianos, podían detectar todas las señales de radar, analizarlas y clasificarlas. Pero las señales de radar -al igual que la luz- se proyectan en línea recta, sin quebrarse. Y no se captan a menos que se vuele a unos 40 mil pies de altura. Como primera medida, entonces, los ingleses mandaron ese avión, con el cual realizamos un reconocimiento completo a nuestro lado de la frontera. Hacíamos vuelos a gran altura sobre territorio chileno, pero captando señales del otro lado que nuestros equipos no eran capaces de captar por la cordillera y la baja altura.
-¿Cómo puede llegar un avión de esas características y tamaño hasta el aeropuerto de Pudahuel o cualquier base aérea, sin que nadie se dé cuenta?
-Ese avión venía como cualquier aparato civil, con un plan de vuelo normal.
-¿Y los argentinos no lo detectaron en su espacio aéreo?
-Es que no pasó por Argentina. Todos estos aviones llegaron a través de la Isla de Pascua y Tahiti.
-¿Y los espías argentinos?
-No había espías argentinos, tal como nosotros no teníamos espías en Argentina. Con este avión se hacían vuelos a gran altura sobre territorio chileno, captando señales del otro lado. Los nuestros, en cambio, debido a la Cordillera y al tipo de aviones que eran, no podían volar tan alto como para captar las señales.
-¿Quiénes pilotearon el avión?
-Los ingleses, aunque iba un par de observadores nuestros a bordo. Nos pasaron la información necesaria sobre los equipos argentinos, pero nada que nosotros no supiéramos ya. Ese vuelo no nos sirvió, pero se realizó y para la historia es bueno saberlo. No arrojó informaciones que ya no tuviéramos, lo cual en cierta forma era bueno. Los ingleses quedaron impresionados por lo que vieron, por nuestros sistemas de escucha en el sur y por el radar de gran alcance que teníamos detrás de Punta Arenas.
-¿Con ese radar espiaban al otro lado?
-En un cerrito habíamos instalado un radar de 200 millas de alcance comprado en Francia. En tierra teníamos puestos de escucha en varias partes, que captaban todas las señales y comunicaciones radiales argentinas. También habíamos desarrollado en Punta Arenas, cuando llegué a la comandancia en jefe, un puesto de mando blindado bajo tierra, bien protegido, al cual llegaban todas las informaciones graficadas y clarísimas, como un teatro. En ese puesto se reunían todas las informaciones captadas por el radar grande y los más chicos, y por los escuchas. Allá se instaló Sydney Edwards.
-¿Cómo transmitía Edwards esos datos a sus superiores?
-Tenía un equipo de comunicación satelital directa con la Marina Real británica en el comando central de Northwood, cerca de Londres. Lo que pasaba aquí, de inmediato lo sabían los ingleses.
-Inglaterra no podría haber encontrado un mejor aliado.
-Imposible. Nosotros avisábamos, por ejemplo, que desde una base determinada habían salido cuatro aviones en dirección a tal parte, que por su velocidad parecen Mirage. Una hora antes de que llegaran, los ingleses ya estaban informados de su arribo.
-¿A usted le iban informando sobre lo que se entregaba a los ingleses?
-Yo tenía otras cosas que hacer, pero al final de cada día me informaban lo que había ocurrido.
-¿Alcanzaba a contarle a Pinochet el desarrollo de los acontecimientos?
-Nunca le contaba nada. Empecé a no contarle por una sola razón: si "saltaba la liebre", quería que Pinochet estuviera en condiciones de jurar que él no sabía nada. De esa forma, podría decir que el culpable era el imbécil de Matthei y que lo echaría de inmediato. Nosotros siempre vamos a ser vecinos de Argentina, por eso no podíamos echar a perder para siempre esas relaciones.
Imagino que, de todas formas, los argentinos sospechaban. Antes incluso de que llegara Edwards, ya había conversado con el agregado aéreo argentino. Le dije que pidiera autorización a sus jefes, porque quería mandarlo para allá con un mensaje. Delante de otras personas, le pedí que transmitiera a Lami Dozo, el comandante en jefe de la Fuerza Aérea Argentina, lo siguiente. Primero, que nunca en mi vida pensé que podían ser tan idiotas. Teniendo todas las posibilidades en mi cabeza, ésta fue la única que no ingresé en mi computador mental. Segundo, que ante esta situación le garantizaba que la Fach nunca atacaría por la espalda a Argentina. Tenía mi palabra de honor de que Chile no atacaría, bajo circunstancia alguna. Tercero, que cuando hay un incendio en la casa del vecino, el hombre prudente agarra la manguera y vierte agua en su propio techo. Por eso, en este momento haría todo lo posible por reforzar la Fuerza Aérea de Chile y su defensa, porque no hacerlo sería un acto i! rresponsable de mi parte.
-Pero eso equivalía a alertarlos...
-Significaba que compraría aviones, radares y misiles donde me fuera más fácil y rápido obtenerlos, es decir, en Inglaterra. Lo demás no se lo dije, obviamente, y nunca lo habría dicho si no fuera porque pasó toda esta lamentable situación que vivió el general Pinochet en Londres. Me habría quedado en silencio para siempre. Ahora le damos el crédito al general Pinochet, pero yo... no es que se lo haya escondido a propósito, sino de buena fe, porque tenía que estar en condiciones de culpar a otro si pasaba una trampa como esa. Pinochet, o el gobierno chileno, no se podían "fregar" por este motivo. Uno está dispuesto a hacer esas cosas.
-Las negociaciones entre usted y Gran Bretaña tomaron en algún momento un cariz político?
-Nunca hicimos un planteamiento político. Ambas partes estábamos de acuerdo en que no queríamos "political commitments" (compromisos políticos) de ningún tipo. No había una mayor alianza, se trataba estrictamente de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". Tan sencillo como eso: oportunismo.
Puro pragmatismo. Llámelo como quiera, pero ésa fue la situación. No hubo mayores compromisos por ambos lados. Ni siquiera recibí una condecoración británica u otro tipo de reconocimiento.
-¿Cuánto duró esta situación?
-Se extendió durante toda la guerra. Nosotros nos quedamos con el avión, con los radares, los misiles y los aviones. Ellos recibieron a tiempo la información y todos quedamos conformes...
-¿Hasta luego y muchas gracias?
-Claro. Y a Sidney Albert Edwards lo despidieron al día siguiente por motivos de índole personal y entonces lo echaron. Después supe que estuvo metido en el tráfico de armas a Croacia.
-Mientras sucedía todo esto, ¿alguien más de la Fuerza Aérea y de las otras ramas de las Fuerzas Armadas se enteró de lo que usted estaba haciendo?
-La Fach, en general, tampoco sabía demasiado. Lo único que se dio cuenta la Fuerza Aérea fue que había llegado armamento y equipos nuevos. Llegaron en aviones de transporte ingleses, a través de la Isla de Pascua. Un día, por ejemplo, apareció un Hércules C-130 que decía Fuerza "Area" de Chile. Se trataba de un avión que tenía el mismo número de uno de los nuestros y al cual sólo le faltaba la letra "e" de Aérea. Eso llamó la atención. Estaba pintado con los colores de la Fach y tenía que llevar el radar a Balmaceda, donde se instalaría para tener visión hacia las instalaciones argentinas en Comodoro Rivadavia (ver mapa). Cuando terminó la guerra lo saqué de ese lugar, porque no era mayormente útil y lo trasladé a otro -donde funciona hasta el día de hoy- para vigilar el tráfico hacia la Antártica.
-¿Cuándo terminó la guerra, informó más detalladamente al general Pinochet?
-Sí. Ahí le conté a Pinochet que le habíamos comprado todo ese equipo a los ingleses, a sólo dos "chauchas". Tenía que saberlo. Me miraba con una cara... Pero no le conté todo con detalles.
-¿Por qué cree que la colaboración chilena terminó por saberse?
-La destapó la señora Margaret Thatcher, pues ella obviamente lo sabía. El mismo Sidney Edwards me dijo que la Thatcher estaba muy agradecida porque conocía en detalle la ayuda prestada por Chile. En julio del '99, ella le dio públicamente las gracias a Pinochet por haber ayudado a Inglaterra durante la guerra. Pinochet, en todo caso, no tenía mucha idea. Conocía el tema en forma general, aunque sabía que nosotros habíamos operado y que yo había pedido autorización en términos muy amplios.
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Episodios clave
La reveladora entrevista al general Fernando Matthei que publica en este número Reportajes de La Tercera fue realizada en julio de 1999 por la historiadora y doctora en Historia de la Universidad Complutense de Madrid, Patricia Arancibia Clavel. Junto a ella participaron la periodista Isabel de la Maza y el investigador Jaime Parada.
Patricia Arancibia Clavel dirige el Centro de Investigación y Documentación en Historia de la Universidad Finis Terrae. La entidad, enfocada desde 1990 a recoger testimonios clave de los protagonistas de la historia reciente de Chile, ha acumulado una serie de registros grabados con personajes como el general Augusto Pinochet y el almirante José Toribio Merino, entre muchos otros.
La entrevista con Matthei publicada hoy no es sino un extracto de la serie de conversaciones que el ex comandante en jefe de la Fach sostuvo con Patricia Arancibia Clavel, y fue publicada con la autorización del general.
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Comandos en Punta Arenas
La única prueba tangible de que Chile algo tuvo que ver con Inglaterra durante el conflicto fue el episodio de un helicóptero británico que cayó a tierra cerca de Punta Arenas, y cuyos tripulantes fueron rescatados por uniformados chilenos...
Un día llegó Sidney Edwards a confesarme que un helicóptero inglés había caído en territorio chileno. Le pregunté qué había pasado, en vista de que habíamos acordado que ellos no efectuarían operaciones militares hacia Argentina desde territorio chileno, y que ningún avión inglés que hubiera operado contra Argentina aterrizaría en Chile. Ese era el acuerdo fundamental al que habíamos llegado.
¿Qué había sucedido?
-Ellos organizaron una operación -no de comandos, sino de "súper" comandos- para destruir los aviones Super Etandard franceses de la Marina argentina, que eran los que portaban los misiles Exocet. Los ingleses sabían que los argentinos tenían seis Exocet y ya habían comprobado su efectividad: con uno solo liquidaron al destructor Sheffield, un día después de que ellos hundieron al Belgrano. Pero los comandos que habían mandado para allá se perdieron, sin encontrar nada mejor que aterrizar en Chile. Lo hicieron al oeste de Punta Arenas, cerca de un camino, en el claro de un bosque. En seguida, decidieron incendiar la nave y aunque nadie los había visto descender, el humo se propagó en dos minutos, llegaron los carabineros, en fin.
-¿Qué ocurrió con los comandos?
-Tras quemar el helicóptero desaparecieron, comunicándose con Sidney Edwards por radio para saber qué hacían. Le contesté que llegaran hasta un determinado punto de nuestra base aérea, donde los esperaba un oficial de inteligencia nuestro. Allí les darían una tenida de civil y los pondrían a bordo de un avión Lan Chile o Ladeco hacia Santiago, para que desde aquí tomaran otro hacia Inglaterra. Eso fue exactamente lo que se hizo. Deberían haber quedado internados acá, porque esa es la ley, pero les propuse otra salida. Por eso, la señora Thatcher también mencionó la salvación de vidas humanas.
-¿Los argentinos no se enteraron del incidente?
-Sí y nosotros tuvimos que darles largas explicaciones, jurando "de guata" que nada sabíamos. No sé si nos creyeron o no, pero la verdad es me enojé muchísimo con los ingleses y tuve que poner la cara con Pinochet, diciéndole: "Mire lo que hicieron estos imbéciles". El general tuvo que llamar al Ministerio de Relaciones Exteriores y el Ministro tuvo que dar explicaciones.
-¿Quién era el ministro en 1982?
-René Rojas Galdames. Al comienzo ambos estuvimos de acuerdo en que Relaciones Exteriores no lo supiera, pero en este caso tuvimos que confesar -no toda la operación, sino que los ingleses habían cometido un error-. Pudimos jurar de buena fe que no estábamos al tanto de la operación.
¿Cómo era la relación de la Fach con la Fuerza Aérea Argentina durante el período previo al conflicto de las Malvinas?
-Buena y franca, en general. Después en Argentina vino todo el mea culpa, la Junta cayó...
-¿Usted se encontró después con alguno de ellos?
-No, pero después tuve buenas relaciones con el general Ernesto Crespo (ex comandante en jefe de la FAA entre 1985 y 1989, y jefe de las unidades de combate durante las Malvinas). También fui invitado oficialmente a Argentina a visitar su Fuerza Aérea. Nosotros dijimos una sola cosa: "Lo sucedido en esa época fue el resultado de la locura adquirida por algunos señores en su país, pero eso no tiene nada que ver con las relaciones permanentes. Estuvimos casi en guerra, ambos lo sabemos, pero fue una locura. Cerremos ese libro y empecemos nuevamente a construir. Como Fuerza Aérea, tanto ustedes como nosotros hicimos todo lo posible para que no hubiese guerra. Fueron los otros quienes armaron este lío, especialmente la Marina y el Ejército. Parchemos el asunto".
-¿Cuán traumática fue la guerra para los militares argentinos?
-Cuando viajé a Argentina invitado por Crespo, constaté que había una animosidad muy grande de la Fuerza Aérea argentina contra el Ejército y la Marina de su propio país. Fueron arrastrados a un conflicto por las otras instituciones, a un conflicto con el cual no estaban de acuerdo como Fuerza Aérea, siendo al final los únicos que realmente pelearon. Perdieron la tercera parte de su Fuerza Aérea y a muy buena gente, mientras el resto -fuera del Belgrano, al cual torpedearon por andar paseando- no tuvo bajas. El Ejército peleó mal, hizo el ridículo. La animosidad que existía en la Fuerza Aérea Argentina no era contra los chilenos, sino contra las instituciones hermanas. Expresaron que todos se habían condecorado, pero que ellos no habían querido hacerlo por desprecio a los otros. Estaban muy molestos. Entendieron que nosotros habíamos cumplido con nuestro deber, siendo absolutamente necesario ante una situación de ese tipo. Una cosa es la amistad y las buenas relaciones con A! rgentina, que siempre he buscado, pero antes viene mi responsabilidad por defender a Chile. Lo entendieron de lo más bien y, como siempre lo dije, nunca hubo un mayor resentimiento.
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Los primeros indicios
La colaboración chilena con las fuerzas británicas durante la guerra del '82 había dado pie a muchas interpretaciones y versiones sin confirmar. Sin embargo, la primera en admitir públicamente la alianza Santiago-Londres no fue otra que Margaret Thatcher, la ex Primer Ministro británica que decidió, bajo su gobierno, recuperar las islas y declarar la guerra a Argentina.
Su revelación surgió el 9 de octubre del '99, durante la conferencia anual del Partido Conservador británico. La "Dama de Hierro" decidió tomar la palabra para defender al general Augusto Pinochet, a punto de cumplir un año detenido en Londres. Junto con condenar la actitud del gobierno laborista de Tony Blair y del juez español Baltasar Garzón, decidió revelar cómo el régimen militar chileno le había ayudado durante la guerra de las Malvinas. La razón: imponer en la opinión pública de su país la idea de que Pinochet había sido un aliado clave de Inglaterra, y que a los aliados no se los mantiene cautivos.
En un extenso discurso, reveló algunos detalles de la colaboración chilena en el conflicto: "Chile es nuestro más viejo amigo en Sudamérica. Nuestros vínculos son muy estrechos desde que el almirante Cochrane ayudó a liberar Chile del opresivo dominio español. El debe estar hoy revolcándose en su tumba al ver cómo Inglaterra respalda la arrogante intromisión hispana en asuntos internos chilenos. Pinochet fue un incondicional de este país cuando Argentina invadió las islas Falklands. Yo sé -era Primer Ministro en esa época- que gracias a instrucciones precisas del Presidente Pinochet, tomadas a un alto riesgo, que Chile nos brindó valiosa asistencia. Yo no puedo revelar los detalles, pero déjenme narrarles al menos un episodio".
"Durante la guerra, la Fuerza Aérea Chilena estaba comandada por el padre de la senadora Evelyn Matthei, quien está aquí esta tarde con nosotros. El entregó oportunas alertas de inminentes ataques aéreos argentinos que permitieron a la flota británica tomar acciones defensivas. El valor de esa ayuda en información de inteligencia se probó cuando faltó. Un día, cerca ya del final del conflicto, el radar chileno de largo alcance debió ser desconectados debido a problemas de mantenimiento. Ese mismo día -el 8 de junio de 1983, una fecha guardada en mi corazón- aviones argentinos destruyeron nuestros buques Sir Galahad y Sir Tristram. Eran barcos de desembarco que trasladaban muchos hombres y los ataques dejaron entre ellos muchas bajas.
"En total unos 250 miembros de las fuerzas armadas británicas perdieron la vida durante esa guerra. Sin el general Pinochet, las víctimas hubiesen sido muchas más".