por Beatrice Mar Mar 06, 2012 10:57 pm
Carta de un combatiente santafesino a su compañero Jorge Peralta, desaparecido en el hundimiento del Crucero Gral. Belgrano, a diecisiete años de la Gesta:
Querido camada y amigo Jorge Peralta:
Hacía mucho tiempo que deseaba escribirte esta carta. La cual no sé (lamentablemente) si podrá llegar a tus manos, pero imaginariamente soñaré con que así sea.
Recuerdo aquel día 3 de agosto de 1981, cuando nos conocimos en el vagón que nos transportaba desde la vieja y hoy cerrada estación del ferrocarril Mitre hacia la Base Naval Puerto Belgrano, para cumplir con el servicio militar obligatorio y así servir y defender a nuestra patria.
Vos venías desde Santa Rosa de Calchines y yo desde mi querido Alto Verde. Dos pueblos costeros que se unían fraternalmente a través de aquella amistad que nacía entre nosotros y que aún hoy perdura.
Fueron casi treinta horas de viaje las que nos permitieron ir conociéndonos poco a poco. Entre bromas, risas, nervios e incertidumbre por lo que pasaría en la colimba. Yo te comenté que conocía tu pueblo porque ahí tenía y todavía tengo, familiares. Y tal vez -pienso hoy-, haya sido esto lo que más nos unió.
Finalmente llegamos al lugar de instrucción, Campo Sarmiento, y durante aproximadamente un mes -vaya casualidad-, otra vez juntos. Pero ahora en la misma compañía y en el mismo grupo.
Luego de ser instruidos para servir a la patria como hombres de mar, nos fueron destinando a distintas bases y unidades que poseía nuestra Armada. Yo fui a un destructor; vos, en cambio, quedaste en tierra.
El tiempo fue transcurriendo lentamente y muy lejos de nuestros seres queridos. Hasta que de repente y sin pensarlo, sin siquiera haberlo soñado, una guerra nos sorprendía en plena colimba.
Cuántas cosas pasaron por mi mente en esos momentos. Era como dejar de ser chicos, para convertirnos instantáneamente en hombres, para luchar en defensa de nuestras tierras en Malvinas, y nada menos que contra los ingleses y sus aliados.
Me imagino todo lo que habrás pensado vos, al igual que todos los compatriotas que estábamos en el sur. Había que prepararse para enfrentar al enemigo, y por ende, hubo que desembarcar más conscriptos a la flota de mar. Y a vos te mandaron al crucero “ARA General Belgrano”.
Recién me enteré de eso cuando leí el listado de desaparecidos, que luego del ataque con dos torpedos y el posterior hundimiento del buque. ¡Qué pena, gordo, qué pena!
Y pensar que nosotros íbamos de escoltas de ustedes, y por un desperfecto en las máquinas tuvimos que replegarnos. Pero qué casualidad: vos y yo seguíamos casi juntos. Hasta que el destino o el infortunio cruel e impiadosamente, nos separó.
Terminó la guerra. Perdimos y tuvimos que rendirnos, luego de 72 días de lucha desigual, desde el 2 de abril al 14 de junio de 1982.
En octubre de ese mismo año me dieron la baja por haber cumplido con el servicio militar. Y yo, al igual que muchos otros camadas pude volver a reencontrarme con los míos. Pero vos no pudiste “zafar” y te quedaste allá, en lo más profundo del mar.
A Santa Rosa de Calchines no voy desde el año ’92, en que sepultaron a mi abuelo, “Chacho” Romero y casualmente el día que falleció -10 de junio-, en la casa de gobierno nos entregaron un diploma y una medalla, con la que nos condecoraba el Congreso de la Nación.
¿Pero sabés una cosa? Todavía, y a pesar de tener un certificado expedido por la Armada Argentina, un diploma y tres medallas por “haber participado en el conflicto bélico con Gran Bretaña, por nuestras Islas Malvinas”, aún no pude percibir la pensión vitalicia para veteranos de guerra (Ley 23848). Solamente me consuela saber que no soy el único olvidado por “doña burocracia”.
Por una ley nacional, me adjudicaron una vivienda Fonavi, en el año 1989. También en 1986 me dieron un empleo en la administración pública. Trabajo en el Hospital J. B. Iturraspe, de Santa Fe.
Antes estuve casi 4 años sin trabajo, porque -por razones de salud- quisieron dejarme cesante. Desde agosto de 1994, hasta mayo de 1998 estuve enfermo, sin trabajo y sin un sueldo para mantener a mi familia, a la que perdí como consecuencia de esto. Mi esposa y mis cuatro hijos se fueron de casa. He quedado solo y sigo luchando, pero esta vez para seguir sobreviviendo.
No te imaginás cuántas puertas golpeé pidiendo ayuda. Los representantes del pueblo me dieron la espalda. A todos les mandaba cartas, poniéndolos en conocimiento de mi situación. Pero no les importó nada; ni siquiera mis cuatro hijos.
Quise seguir estudiando pero no tengo dinero. Estoy anotado en la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas para una Licenciatura en Administración de la Salud. Pedí ayuda a la Comisión de Educación de la Legislatura, para pagar unos profesores particulares en unas materias que debo prepararme y no tuve suerte.
Y pensar que estos señores, cuando llega el 2 de abril se acuerdan únicamente de los “chicos de la guerra”. Y en emotivos discursos recuerdan a los que como vos, quedaron allá. Pero después de esta “fecha memorable”, con ciertas actitudes de indiferencia e insensibilidad, se olvidan de los que, como yo, estamos acá.
Por último, querido amigo Jorge Peralta, quiero decirte que el otro día lleno de nostalgias, volví a recordar aquellos momentos que compartimos vos y yo. Y, en medio de lágrimas y tanta angustia, quise ir al sur para sumergirme en la profundidad del mar en búsqueda del viejo y glorioso crucero Belgrano. Para intentar llegar a vos y preguntarte si vale la pena que vos y los demás muchachos estén todavía allí.
Cuando vaya a tu pueblo, voy a recorrer la plaza y las calles que tantas veces te habrán visto pasar. Y también visitaré la iglesia en la que hay un uniforme de marinero tuyo y otro del camada Osvaldo Piedrabuena, como el que yo también vestí.
Y así podré sentir, imaginariamente, que seguimos juntos y que muchas cosas nos siguen uniendo. Sí, muchas cosas...
Con un fuerte abrazo te saludo y me despido con el afecto de siempre.
Ricardo Carlos Sosa.